La experiencia de nuestra vida, y la que recibimos de otros,
nos revelan que hay momentos en que, a pesar nuestra voluntad, nos hundimos en
las aguas de nuestros propios vicios y apetencias. Y nos experimentamos
impotentes y sometidos a esos vicios que llegan a dominar nuestra voluntad. Y
sólo hay dos maneras de afrontarlo: “Pidiendo auxilio o dejándote hundir”.
Esa fue la experiencia de Pedro. No sólo en el momento de
sus dudas y verse hundiéndose, sino en aquella noche de cobardía y miedo que
negó al Señor tres veces. Supo aceptar sus miedos y sus pecados; supo
humillarse y levantarse, y supo confiar esperanzado en la Misericordia del
Señor.
También nosotros tenemos
esa oportunidad. Navegaremos por aguas turbulentas, por tempestades
huracanadas, por terremotos y fuego como experimento Elías, pero, seremos
salvados si confiamos en la presencia del Señor. Él está pendiente de nosotros
y nunca nos abandona. Lo encontraremos, con la Mano tendida y la suavidad de la
brisa o caminando sobre las aguas, para salvarnos.
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