Si no eres capaz de
distinguir el bien del mal, ¿cómo es posible que cualquier maniobra, debilidad
o respuesta pueda hacer tambalear tus criterios y tu fe? Porque no sabes
realmente qué debes hacer, pues no conoces la verdad.
Resulta que, sabiendo dónde
está el bien, podrás descubrir el camino que debes tomar para evitar el mal. De
ahí la importancia de conocer la verdad y la mentira. En eso juega mucho nuestra
propia experiencia y formación, pero, lo más, nuestro conocimiento del Señor
Jesús en quien creemos.
En esta dinámica, lo mejor es saber y dejarse
asesorar. Pero no por un cualquiera, incluso siendo una persona aparentemente
respetable y bien formada. Lo único verdadero es la Palabra del Señor, y es en
Ella donde debemos poner toda nuestra confianza y crédito.
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