domingo, 14 de febrero de 2016




Jesús no fue sólo al desierto. Después de su Bautizo en el Jordán fue conducido por el Espíritu Santo. Y eso supone que Él voluntariamente se deja y se pone en Manos del Espíritu de Dios. Asume la Misión para la que ha sido enviado.

Y, fortalecido en el Espíritu Santo, resiste las tentaciones a las que es sometido por el demonio. Nos enseña que debemos hacer lo mismo. No es una lucha individual, sino asistido y acompañado por el Espíritu Santo. Es la garantía de nuestro triunfo.

Por lo tanto, nuestro camino cuaresmal hasta el momento de nuestra humilde pasión con nuestra muerte, debe ser puesto en Manos del Espíritu Santo. Jesús nos lo advierte y revela cuando en su ascensión a los Cielos nos descubre que conviene que Él se vaya para que venga el Paráclito.

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