Cuando el hombre descubre que hay una promesa que va más
allá de la muerte y que la supera, esa transcendencia, que vive en su corazón,
despierta y le hace levantarse y buscar. Nace en él la inquietud de búsqueda y
el deseo de felicidad eterna. Entonces, está en el camino y la vida empieza a
verla de otra forma.
Pobre esperanza de aquellos que todo lo invierten en este
mundo. En un mundo caduco y que no devuelve nada, porque al final todo lo de
aquí abajo se va con la muerte. Luego, tus placeres, tus riquezas, tus satisfacciones,
tus pasiones, tu poder…etc., todo se va y desaparece. Sólo quedas tú y tus
actos de amor, y esa será tu riqueza y tu felicidad.
Luego, esa clase de
tesoro, el amor, es lo que hay que cultivar y guardar. Porque, al atardecer de
tu vida, como diría San Juan de la Cruz, sólo se te juzgará del amor. Y según
hayas gastado en tu vida esa clase de tesoro, así será tu felicidad eterna. Sólo
la Verdad les hará libres, y esa Verdad sólo está en Jesús. Buscarle y vivir en
su Palabra es el objetivo de nuestra vida.
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