Uno de los frutos del Espíritu Santo es el don del temor a
Dios. Un temor basado en la fe de que Dios lo puede todo y que podemos fallarle
y quedarnos sin luz en nuestra lámpara. Será bueno estar vigilante y ser
prudente, aunque sea por temor. En ese sentido el temor será bueno y hasta
necesario.
Pero, nunca tener miedo, porque el miedo nos paraliza y nos
deja inmóvil. Hay que tener fe y la fe siempre implica y exige riesgos. Así
procedió Bartimeo el ciego. Oyó que pasaba Jesús y gritó por su compasión. Y no
tuvo reparo ni miedo, a pesar de que lo mandaban a callar.
También nosotros
experimentamos que Jesús pasa, y debemos proceder como Bartimeo. Aprovechar su
paso y gritarle que queremos seguirle y que ilumine nuestra vida. Que nos llene
de luz y fortaleza para dar ese salto que nos lleve a Él para que abra nuestros
ojos y podamos seguirle con firmeza y fortaleza.
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