Todo rey impone su ley. Ordena y manda, y deja muchas leyes
para que sus súbditos las cumplan. Muchas no son siempre justas, o no imparte
justicia para todos. Leyes que son buenas para uno, pero malas para otros. Lo
justo es que fueran leyes que pensaran en todos y protegieran a todos.
Jesús, el Señor, que, entregado voluntariamente, dio su
Vida, crucificado en la Cruz, para salvarnos, nos deja sólo una ley. Nos
simplifica la cosa, pero no por eso es fácil cumplirla. Y Él no se excluye,
porque ha sido el primero en cumplirla. Nos manda a amarnos los unos a los
otros como Él nos ha amado.
Y el signo de ese
cumplimiento ha sido su propia Vida. Una Vida entregada a hacer el bien, a
enseñarnos el camino de salvación y a amarnos hasta el extremo de entregar su
Vida. Ese ha sido su ejemplo y su testimonio. No han sido palabras, sino hechos
de vida. Por eso, al final, cuando venga según su promesa nos preguntará sobre
cómo hemos gastado nuestro tiempo respecto al amor. De ti dependerá.
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