miércoles, 1 de noviembre de 2017

Es indudable que el camino bienaventurado no es fácil. Diría que es imposible si lo emprendemos desde nuestra iniciativa personal. Porque, somos seres tocados y heridos por el pecado, y, solos, el Maligno tiene poder para vencernos. Necesitamos ayuda, pero no de cualquiera, sino del Único que puede ayudarnos a vencer.

En esa disyuntiva está la clave. Quienes creen y se fían de la Palabra de Dios, como es el caso del Evangelio de hoy: “Estad alegres y contentos,  porque vuestra recompensa será grande en el cielo”, y aquellos que, desconfiados se dejan llevar por las seducciones de este mundo. Tú y yo tenemos la palabra, el mundo o Dios.

Paralelamente a esto, hay muchos otros que, confundidos por el poder del Maligno, proponen otros caminos disfrazados de dioses falsos o alternativos al único y verdadero. Porque, sólo hay uno, no puede haber varios. Y ese único ha dejado su camino bien señalado. Es el Resucitado y el que ha dejado como continuadora de su misión a la Iglesia, que nos señala a Jesús como Camino, Verdad y Vida.

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