El templo es un lugar para adorar y tener un encuentro con
el Señor. Un espacio de oración que conviene cuidar y guardar respeto. Pero,
sobre todo, no debemos perder el sentido que tiene, pues a veces lo
mercantilizamos también nosotros, porque lo confundimos con un lugar donde hay
un Dios al que vamos a pedirle cosas y que nos solucione problemas, pero nada
más.
Quizás nos olvidamos de que ese Dios nos quiere salvar y nos
pide para ello nuestra colaboración. Él nos ha señalado un camino y, por
supuesto, nos dará lo que necesitamos para recorrer ese camino, pero no el
camino que nosotros diseñemos a nuestro gusto.
Todo se concreta en
dar buenos frutos. Y esos frutos sólo se pueden dar si nos cuidamos de regar
nuestra propia tierra con el Agua de la Vida de la Gracia que recogemos con los
sacramentos y nos abrimos a la acción del Espíritu Santo. Y es en la Iglesia,
injertado al único y verdadero templo, que mora en nuestro interior, nuestro
Señor Jesús, donde y con quien podemos cosechar esos buenos frutos que Él
espera de nosotros.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Tu pensamiento es una búsqueda más, y puede ayudarnos a encontrarnos y a encontrar nuestro verdadero camino.