jueves, 9 de noviembre de 2017

El templo es un lugar para adorar y tener un encuentro con el Señor. Un espacio de oración que conviene cuidar y guardar respeto. Pero, sobre todo, no debemos perder el sentido que tiene, pues a veces lo mercantilizamos también nosotros, porque lo confundimos con un lugar donde hay un Dios al que vamos a pedirle cosas y que nos solucione problemas, pero nada más.

Quizás nos olvidamos de que ese Dios nos quiere salvar y nos pide para ello nuestra colaboración. Él nos ha señalado un camino y, por supuesto, nos dará lo que necesitamos para recorrer ese camino, pero no el camino que nosotros diseñemos a nuestro gusto.

Todo se concreta en dar buenos frutos. Y esos frutos sólo se pueden dar si nos cuidamos de regar nuestra propia tierra con el Agua de la Vida de la Gracia que recogemos con los sacramentos y nos abrimos a la acción del Espíritu Santo. Y es en la Iglesia, injertado al único y verdadero templo, que mora en nuestro interior, nuestro Señor Jesús, donde y con quien podemos cosechar esos buenos frutos que Él espera de nosotros.

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