Cuando apuntamos alto y deseamos realizar grandes proyectos
vivimos y pasamos momentos de angustias. Toda aventura supone riesgo y dolor, y
mucha responsabilidad. Cuando nos atrevemos a algo concreto y queremos hacerlo
bien experimentamos miedos, tensión y mucha preocupación. Quisiéramos ver a
todos ardiendo en entusiasmo y amor.
Sin embargo, sucede que deseamos que arda el corazón de los
otros, pero, ¿y los nuestros? Posiblemente, nos preocupemos tanto por cosas y
proyectos y no recatemos en que lo verdaderamente importante es que nuestro
corazón arda de entusiasmo y amor de Dios. Eso es lo importante y en lo que
debemos de apoyar nuestra perseverancia y constancia.
Esa debe ser nuestra
consigna, la de caminar en aras de hacer las cosas bien y lo mejor posible,
cumpliendo con nuestro deber y responsabilidad y, sobre todo, con nuestro
compromiso de bautismo. En él hemos sido configurados en sacerdote, profeta y
rey, y fiel a él debemos de realizar nuestra labor. Para ello contamos con la
asistencia y la fuerza del Espíritu Santo.
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