domingo, 3 de septiembre de 2017

Nuestros pensamientos no son como los del Señor. Los criterios del mundo son del mundo. Un mundo que busca la felicidad en la sensualidad y en las apetencias corporales. Un mundo hedonista que busca satisfacer su egoísmo en y con las cosas que les ofrece este mundo. Un mundo caduco.

Y como caduco, todo en él desaparecerá. Nada se sostiene y todo lo que se evapora, deja un vacío de infelicidad y de muerte. En este mundo, sabemos por experiencia, que no se encuentra la felicidad. No la han encontrado nuestros abuelos, ni tampoco nuestros padres. Es posible que haya una felicidad temporal, pero nunca plena y gozosa eternamente. Sin embargo, increpamos al Señor cuando nuestro camino se tuerce y nos negamos a cargar con nuestras cruces.

Y esa es la felicidad que todos buscamos. Una felicidad que nos llena de paz, de gozo y de eternidad. Una felicidad que es plena y que goza eternamente de la presencia de Dios. Una felicidad que no podemos imaginar porque no está a nuestro alcance, y la que rechazamos ignorantemente al querer discutir los que Dios nos propone, y al negarnos, también, a cargar con nuestra cruz.

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