La
pobreza no consiste en carecer de todo, sino, precisamente, no estar sometido a
todos aquellos apegos y apetencias que esclavizan. Se trata de no llenar tu
corazón de riquezas, de avaricia, de poder, de ambiciones y comodidades que te
llevan al olvido de los demás. Se trata de compartir y amar procurando hacer el
bien por amor, tal y como tú lo recibes de Dios.
Cuando
experimentas estar liberado de tu sensualidad y de todo aquellos deseos
intangibles que te someten y te esclavizan, es cuando puedes sentirte libre
para amar. Entonces puedes darte en servicio, libre de todo interés, y abierto
a toda actitud en verdad y justicia. Y dispuestos a entregarte al bien
gratuitamente por amor.
Luego, en esta
actitud, las bienaventuranzas no se hacen duras ni difíciles, sino que, a pesar
de exigir un desprendimiento y esfuerzo por negarte y renunciar a ti mismo,
experimentas que, injertado en la Gracia del Señor, todo es posible y tu
voluntad se fortalece y hace posible el vivirlas con esperanza y alegría.
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