miércoles, 13 de septiembre de 2017

La pobreza no consiste en carecer de todo, sino, precisamente, no estar sometido a todos aquellos apegos y apetencias que esclavizan. Se trata de no llenar tu corazón de riquezas, de avaricia, de poder, de ambiciones y comodidades que te llevan al olvido de los demás. Se trata de compartir y amar procurando hacer el bien por amor, tal y como tú lo recibes de Dios.

Cuando experimentas estar liberado de tu sensualidad y de todo aquellos deseos intangibles que te someten y te esclavizan, es cuando puedes sentirte libre para amar. Entonces puedes darte en servicio, libre de todo interés, y abierto a toda actitud en verdad y justicia. Y dispuestos a entregarte al bien gratuitamente por amor.

Luego, en esta actitud, las bienaventuranzas no se hacen duras ni difíciles, sino que, a pesar de exigir un desprendimiento y esfuerzo por negarte y renunciar a ti mismo, experimentas que, injertado en la Gracia del Señor, todo es posible y tu voluntad se fortalece y hace posible el vivirlas con esperanza y alegría.

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