miércoles, 20 de septiembre de 2017

Hay momentos en la vida que no escuchamos lo que nos dicen. Queremos imponer lo que a nosotros nos parece, y si nos tocan la flauta, no bailamos; o si nos entonan endechas, no lloramos. Es decir, bailamos y lloramos a nuestro ritmo sin tener en cuenta los demás.

Eso ocurre con mucha frecuencia y en muchos actos de la vida de cada día. Opinamos y seguimos nuestra propia intuición. Es verdad que hay que discernir, pensar y actuar, pero si perdemos de vista al Espíritu Santo nos quedamos a merced de lo que piensa el mundo, y es ahí donde empiezan los problemas.

Primero Dios, y luego, desde Él iremos pidiendo luz para discernir sobre lo demás. Porque, con la asistencia del Espíritu Santo, que nos acompaña y guía, los problemas no tendrán nuestra particular solución, sino la que nuestro Padre Dios quiere para cada uno de sus hijos. Y Él, que nunca se equivoca, nos dará lo mejor, para nuestra salvación, para cada uno.

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