martes, 19 de septiembre de 2017

Esta vida, la de este mundo, tiene verdadero sentido cuando su objetivo está en la otra vida, la verdadera. Esa vida de la que nos habla el Evangelio de hoy. Esa vida de Resurrección. Y no es lo verdaderamente importante la resurrección en este mundo, porque sabemos que volveremos a morir. Lo verdaderamente importante es la Resurrección, después de compartir la muerte en este mundo con nuestro Señor Jesús.

Porque esa es la definitiva, la que será para la eternidad, y sin problemas, ni amenazas, ni sufrimiento, ni problemas de ningún tipo. Porque esa la Promesa que nos viene a revelar y regalar nuestro Señor Jesús. Lázaro y ese hijo de la viuda de Naím tuvieron que morir después, a su hora, pero la Resurrección después de la muerte de este mundo, será eterna.

Será eternamente gozosa si morimos en Gracia de Dios; será eternamente feliz si morimos abierto a su Amor y Misericordia y entregados al cumplimiento de su Palabra. Será para siempre en plenitud si, humildemente, nos reconocemos pecadores y redimidos por la Gracia y Amor de nuestro Padre Dios.

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