Esta vida, la de este mundo, tiene verdadero sentido cuando
su objetivo está en la otra vida, la verdadera. Esa vida de la que nos habla el
Evangelio de hoy. Esa vida de Resurrección. Y no es lo verdaderamente
importante la resurrección en este mundo, porque sabemos que volveremos a
morir. Lo verdaderamente importante es la Resurrección, después de compartir la
muerte en este mundo con nuestro Señor Jesús.
Porque esa es la definitiva, la que será para la eternidad,
y sin problemas, ni amenazas, ni sufrimiento, ni problemas de ningún tipo.
Porque esa la Promesa que nos viene a revelar y regalar nuestro Señor Jesús.
Lázaro y ese hijo de la viuda de Naím tuvieron que morir después, a su hora,
pero la Resurrección después de la muerte de este mundo, será eterna.
Será eternamente
gozosa si morimos en Gracia de Dios; será eternamente feliz si morimos abierto
a su Amor y Misericordia y entregados al cumplimiento de su Palabra. Será para
siempre en plenitud si, humildemente, nos reconocemos pecadores y redimidos por
la Gracia y Amor de nuestro Padre Dios.
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