domingo, 10 de septiembre de 2017

A pesar de las dificultades que implica la corrección, no podemos obviarla ni tampoco dejarla pasar. Se hace necesario corregir al amigo, a los de la comunidad y a los propios hijos. Primero debemos ponernos en manos del Espíritu Santo, para dejarnos aconsejar y llenar de paciencia y sabiduría, y, sobre todo caridad, para corregir con verdadero amor.

Y nunca violentar, ni acusar ni, menos, reprochar. Sólo advertir y sugerir el cambio de vida o la corrección de ese camino que no es el mejor. Advertir, pero también, al mismo tiempo rezar y pedir para que la persona abra su corazón y deponga su mala actitud a alejarse del camino y de la verdad.

Y, una vez afrontada la corrección, ponernos en Manos del Espíritu Santo. Corresponderá al corregido dar los pasos necesarios para subsanar su desvío y su desorientación del rumbo de su vida. Y, ofrecerle siempre la posibilidad de contar con nuestra ayuda y disposición a estar con los brazos abiertos. Como aquel padre con el hijo pródigo.

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