Las alegrías y las tristezas son parte de nuestra vida. Las
primeras, las asumimos muy bien, con facilidad y alegría, pero, las segundas,
se nos atragantan, y pueden afectarnos en el camino de nuestra vida. También,
las alegrías hay que saberlas digerir y controlar, porque un desorbitado
descontrol puede desorientar nuestra vida.
Y eso ocurre en muchos caminos. El recibir grandes alegrías
no, a veces, nos sirve para mejorar, sino para enfrentarnos y empeorar nuestras
vidas. Hay muchos que, por tener y poseer mucho, han empobrecido sus vidas y
convertirlas en agonías. Y es que, sin Dios, la vida pierde sentido y las
riquezas no son la solución.
Una vida sin Dios
tiene un rumbo equivocado. Es posible que te sientas seguro en algunos
momentos, pero sabes que eso es una quimera y fuegos artificiales. La única
seguridad y garantía está en Dios, porque, Él es Señor de la vida y la muerte,
y todo lo demás son fuegos de artificios que se queman y desaparecen.
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