A veces
buscamos al Señor en algo heroico o grande. Nos parece que lo que nos va a
empujar a cambiar tiene que ser un fuerte viento huracanado o algo grandioso. Y
no es así, Dios se esconde en la suave brisa y el susurro que, en lo profundo
de tu corazón, te invita a caminar por el camino justo y verdadero.
Porque,
llegada la paz es cuando se enciende la luz y se ve todo con otra mirada y con
otra serenidad. Es cuando despierta y valoras que todo lo que te ofrece este
mundo es caduco, y lo caduco poco valor tiene. Es cuando descubre que el gran
tesoro no se esconde en el tener ni poseer grandes riquezas, bienes, poder o
fama, sino en tener un corazón, humilde y generoso, capaz de amar y servir.
Y, quizás, te das cuenta de todo eso cuando
experimentas que te hundes y que la única Mano que puede salvarte es la de
nuestro Señor Jesús. Aquel que tiene poder para caminar sobre las aguas que
amenazan tu vida, o amainar los vientos y huracanes que desafían tu firmeza y
tratan de hundirte.
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