martes, 4 de julio de 2017

Ocurre que nos sorprende de improviso y, sin apenas tener tiempo para pensar o prepararnos, la tempestad nos rodea y nos amenaza peligrosamente. Tempestad que puede venir significada en una enfermedad, en una muerte, en una depresión física o económica…etc. La vida se oscurece y la barca de nuestra vida se hunde.

Lo inmediato es pedir socorro. Pero, no a quien no puede ayudarte, o su ayuda es limitada como la tuya. Para esto se requiere poder. Mucho poder. Entonces, te acuerdas de Dios, levantas tu mirada y te diriges a Él. Reconoces que no te habías acordado, en tiempo de vacas gordas, de Él. Y, quizás, por su ayuda,  prometes algo.

Dios no quiere promesas, ni tampoco que le pagues. Primero, porque no puedes pagarle. Ni tampoco tienes nada para pagarle. Todo lo tuyo te lo ha regalado Él. Dios quiere que tú pienses, y que te des cuenta que Él es quien únicamente te puede dar la eterna y feliz salvación. De todos modos, quieras o no, te escucha y te abre los brazos de salvación.

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