No parece de sentido común que a la fiesta se vaya con cara
triste y apesadumbrada. Nos preguntaríamos qué hacemos en ese lugar, donde la
gente va a divertirse. No es lógico que estemos tristes cuando todos los demás
van a divertirse y a pasarlo bien. Desentonaríamos.
De la misma forma, estar triste cuando el Señor está con
nosotros es ilógico. Y menos ayunar y hacer sacrificios. No tendría mucho
sentido que sentirnos salvados e invitados al banquete de la Vida Eterna sea
para ponerse a llorar. Un cristiano es una persona alegre, porque se
experimenta salvado.
Y debe dejar lo viejo
con lo viejo, porque ahora estamos en tiempo de salvación. Al vino nuevo, odres nuevos. Misericordia quiero
y no sacrificios –Mt 12, 7- nos dice el Señor. En la misericordia encontramos
el momento donde tendremos que renunciar y sacrificarnos por el bien del otro.
Sobrarán oportunidades para despojarte de ti y darte al otro.
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