Todos, por propia
experiencia, reconocemos que ser humildes es lo perfecto y lo bueno. Es el
ideal, pero experimentamos que nos cuesta ocultar nuestros logros y exhibir
nuestros éxitos. Y que necesitamos ser reconocidos por los demás. Nos sentimos
mal cuando nuestro esfuerzo pasa desapercibido. Y eso se nota en nuestros
grupos o comunidades y asambleas.
Quizás busquemos ese premio,
alabanza u honor adjudicándonos antes y por los demás. Aún, a sabiendas, de que
no lo reconozcamos, e, incluso no lo merezcamos. El Evangelio de hoy nos habla
de ser humildes y no practicar nuestra justicia delante de los hombres, para no
ser visto por ellos. Sobre todo con el propósito de lucirnos y que nos vean. Y
pasar aparentemente como lo que no somos.
Tratemos, pues, de vivir en coherencia de pensamiento
y vida, con nuestras obras y realidades. Mostrémonos tal y como somos,
confiados en que no somos nosotros quienes cambiamos, sino que es Dios quien
nos cambia nuestro corazón imperfecto e impuro, en uno perfecto y puro. Amén.
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