Para un niño no hay nada más seguro que su padre y su madre.
He visto a abuelos y familiares tratar de sustituir a los padres, por
necesidades ajenas a sus voluntades, y verse en la imposibilidad de poder
hacerlo. No dejan ni que los acerquen al colegio. Sólo con sus padres admiten
jugar con otros, pero sin sus padres extrañan todo.
De la misma forma, nosotros, hijos de Dios, deberíamos estar
muy relacionados íntimamente con nuestro Padre Dios. De tal forma, que si Él
nos faltara experimentásemos que, sin Él, no podríamos vivir. Y sentirnos
seguros y con total garantía ante su presencia. Porque todo lo que nos promete
se cumple.
Pero eso exige un
corazón humilde y confiado. Un corazón de niño que se fía de lo que el Padre le
dice y cree firmemente en Él. Le damos, pues, gracias a nuestro Señor Jesús,
que nos ha revelado la presencia y el Amor del Padre, y nos da fuerza con su
testimonio y sus obras. Sobre todo con su Resurrección, para que creamos en Él
y en el que le ha enviado: Nuestro Padre Dios.
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