viernes, 23 de junio de 2017

Para un niño no hay nada más seguro que su padre y su madre. He visto a abuelos y familiares tratar de sustituir a los padres, por necesidades ajenas a sus voluntades, y verse en la imposibilidad de poder hacerlo. No dejan ni que los acerquen al colegio. Sólo con sus padres admiten jugar con otros, pero sin sus padres extrañan todo.

De la misma forma, nosotros, hijos de Dios, deberíamos estar muy relacionados íntimamente con nuestro Padre Dios. De tal forma, que si Él nos faltara experimentásemos que, sin Él, no podríamos vivir. Y sentirnos seguros y con total garantía ante su presencia. Porque todo lo que nos promete se cumple.

Pero eso exige un corazón humilde y confiado. Un corazón de niño que se fía de lo que el Padre le dice y cree firmemente en Él. Le damos, pues, gracias a nuestro Señor Jesús, que nos ha revelado la presencia y el Amor del Padre, y nos da fuerza con su testimonio y sus obras. Sobre todo con su Resurrección, para que creamos en Él y en el que le ha enviado: Nuestro Padre Dios.

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