La prueba de amor con la que Dios ama al mundo es
insuperable. Tanto fue su locura de amor que envía al mundo a su Hijo único
para que, entregando su Vida, redima a todos los hombres. Pero exige una
condición, la de la fe. Salvará su Hijo a aquellos que crean en Él.
Esa es la condición y la prueba que nos da el pasaporte para
la eternidad. Porque, Dios, nuestro Padre, no nos envía a su Hijo para
juzgarnos. Sabe de nuestros pecados y de nuestra dureza de corazón. Sabe de
nuestras debilidades y de nuestra impotencia, pero, a pesar de eso, quiere
salvarnos contando con cada uno de nosotros.
Sólo exige fe y
confianza. Así lo hizo con María, con José, con Abrahán, con Moisés, con Jacob
y con todos los que a lo largo de la historia de salvación fueron confiando en
Él. Y también preparó su Iglesia eligiendo a los débiles y pobres, para que su
Poder fuese manifiesto.
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