Ha ocurrido muchas veces entre familias que, los talentos de
unos molestan a otros. No hay alegría general por los logros de unos, sino que
genera envidias y disputas. Ocurrió con aquel padre amoroso que, regresando su
hijo menor, el mayor enfadó porque su padre la había recibido con alegría y
fiesta.
Y nos molesta que nuestro padre sea generoso con los demás,
incluso con nuestros propios hermanos. No resistimos que, a los débiles o que
no cumplen, les perdone. Exigimos que todos se porten como nosotros lo
entendemos. Sin embargo, cuando se trata de nosotros pensamos de otra forma.
¿Nos importa a
nosotros lo que hace nuestro padre? ¿Tenemos derecho y autoridad para imponerle
lo que nosotros sentimos o nos gustaría? ¿Nos gustaría que a nosotros se nos
perdonase nuestras debilidades y errores o faltas? Son preguntas que nos pueden
ayudar a reflexionar y, con ayuda del Espíritu Santo, encontrar luz para
entenderlas.
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