El pensamiento nos traiciona y se mueve libremente. No
podemos evitar que entre y salga de nuestro corazón cuando le apetezca y cuando
vea oportunamente que es el momento más favorable. Se mueve a su antojo y, a
nosotros, no nos queda sino saber esperar y dejarlo entrar y salir.
Mejor no resistirnos, abrirle la puerta y dejarle salir.
Así, según entra, sale y no se queda en nosotros, evitando de esa forma que morando
en nuestro corazón anide y nos haga daño. La mejor defensa y resistencia es no
pararnos en ellos e invitarle, por la Gracia de Dios, a que salga y se vaya, dejándonos en paz.
Sin perder de vista
que esa es nuestra lucha. Una lucha a muerte que nos crucifica y nos fortalece
en el Espíritu Santo, para gloria de Dios. Demostrando su Poder y su Fuerza,
pues siendo débiles y pobres, vencemos y soportamos las tribulaciones y
tentaciones, por la Gracia de Dios.
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