El acontecimiento de Isabel, la prima de María, fue un hecho
prodigioso. Imaginar la cara de todos los que pudieron observarlo y vivirlo en
su propia vida, tuvo que ser extraordinario. Y suponemos que aquellas personas
quedarían tocadas por el Poder de Dios.
Nosotros no somos menos afortunados. Porque tenemos el
testimonio de la Iglesia y la tradición de la Palabra que se nos revela en el
Hijo, que vivió aquel acontecimiento ya dentro del seno de su Madre, y que su
presencia llenó de alegría y sobresaltó a su primo Juan dentro del de la suya.
Y conocemos las
Palabras de Jesús al exaltar a Juan como el hombre más grande nacido de mujer –Lc
7, 28-. Pero, quizás nuestra reflexión vaya por otro camino. ¿Es nuestra fe
firme hasta el punto de confiar en el Señor y su Poder respecto a cambiar las
leyes naturales u otra cosa? ¿Y eso nos anima a caminar confiados en su
Palabra?
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