Pero, ante tal realidad, el
hombre no se detiene y se cree libre. Libre porque ha nacido en un estado de
derecho y puede moverse libremente, por lo menos interiormente, de pensamiento
y de intenciones. Sin embargo, pronto descubre que tus actos están fiscalizados
y sometidos a unos hábitos, apegos o apetencias.
Pero, también regulados por
unas leyes que prohíben tus movimientos. Es cuando descubres que, simplemente,
ser libre es tratar de hacer el bien. Es lo único que no está prohibido,
aunque, sorprendentemente, Jesús pasó haciendo el bien y fue condenado
precisamente por eso.
Quedas perplejo y sorprendido. ¿Cómo se puede castigar
hacer el bien? Luego, reflexionas y experimentas que tus inclinaciones, tus
pecados, tu soberbia, tu envidia y pasiones someten tu voluntad y tu libertad,
y conviertes el bien por mal.
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