Los apóstoles habían
convivido con Jesús tres años, y le habían oído muchas veces. Incluso muchas
cosas que no se ha escrito en el Evangelio. Y le habían visto hacer milagros y
muchas curaciones, y hasta resucitar a muertos. Sin embargo, Jesús tiene que
mostrarles sus heridas para que crean.
Reciben incluso el testimonio
de las mujeres y de los de Emaús, y siguen cerrados y endurecidos. No creen. No
es extraño tampoco que a nosotros nos ocurra lo mismo. Tenemos sus testimonios
y el de la Iglesia, y no les hacemos caso. Nuestros corazones están viciados y
sometidos a los encantos y criterios de este mundo.
Necesitamos una experiencia profunda con y en el
Señor. Ellos la tuvieron y respondieron. Y, gracias a esa respuesta, nosotros
ahora le conocemos y la Iglesia sigue su camino. Necesitamos pedir esa Gracia y
también buscarla. ¡Señor, aumentanos la fe!
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