Hoy, el Evangelio, nos presenta a Jesús sabiéndose
traicionado, pero también glorificado: «Ahora
ha sido glorificado el Hijo del hombre y Dios ha sido glorificado en Él. Si
Dios ha sido glorificado en Él, Dios también le glorificará en sí mismo y le
glorificará pronto. Hijos míos, ya poco tiempo voy a estar con vosotros.
Vosotros me buscaréis, y, lo mismo que les dije a los judíos, que adonde yo
voy, vosotros no podéis venir, os digo también ahora a vosotros».
Pedro también se ve envuelto en esta traición. Pero es una
traición propia de su debilidad. Nuestra naturaleza herida y tocada por el
pecado nos traiciona también a nosotros. Pedro es reo de sus propias palabras,
y falla. Deje sólo a Jesús. Sin embargo, hay una gran diferencia con Judas.
Pedro llora su pecado.
Ese es el camino de
nuestra salvación, el arrepentimiento y reconocimiento de nuestra propia
miseria y pecado. Jesús lo sabe, pero su mirada es más profunda y ve y conocen
lo que hay en lo más hondo de nuestro corazón. Y ve la huella de Dios en
nosotros. Un deseo de amar que nos llena de gozo y felicidad. Y Pedro responde.
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