No hay explicación posible para el origen de la vida. Dios
nos la ha regalado a través del instinto procreativo como forma de
perpetuarnos, pero también para responder a una específica misión que palpita sellada
dentro de nuestro corazón: “El amor”.
El hombre descubre que está hecho para amar. El amor será el
centro de su vida, pero, sólo lo será, si sabe utilizarlo en el verdadero
sentido de la palabra. Porque amar no es buscarse y satisfacerse, sino darse y
servir. Sólo cuando el hombre está dispuesto a entregarse por y para el bien
del otro, podemos decir que se ha encontrado con el amor.
Y eso dará sus
frutos. Frutos que vendrá, en su segunda venida, el Señor a recoger. Frutos que
se cultivarán con el agua amorosa de tu auténtico amor y tú disponibilidad para
entregarlos en servicio de los demás.
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