Cada tiempo tiene sus esperanzas y adversidades. Y en todos
padecemos la duda y la incomprensión. Se nos hace difícil continuar el camino
si nuestra esperanza decae y se debilita. Por eso, necesitamos un empujón que
nos fortalezca y nos relance.
Un acontecimiento que nos renueve nuestra fe y nos mantenga
firme con la esperanza fortalecida y esperanzada en Aquel a quien seguimos y
creemos. Y eso es lo que acontece en el monte Tabor. Una parada para darnos
cuenta que Jesús, el Señor, tiene que padecer y morir.
Pero, también, un
adelanto de su Gloriosa Divinidad y su triunfo sobre la muerte. Un
acontecimiento donde se descubre su eternidad al dialogar con Moisés y Elías,
signos y figuras de todo el pueblo elegido donde está contenida la Ley y los
profetas.
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