Jesús nos explica que
el Reino de Dios es como un hombre que echa un grano en la tierra. Y hagas lo
que hagas, duermas o se levante, el crecimiento de ese grano no se detiene.
Nuestro tiempo es igual. Caminamos, quieras o no, hacia el Reino de Dios.
Porque no hay otro camino.
Y, valga la
redundancia, ese camino se terminará un día. Es el final de nuestra vida,
nuestra hora, o la segunda venida de nuestro Señor. No conocemos la hora, ni de
una u otra. Pero, como el grano de trigo, no se para y continúa su camino.
Llegará su momento. Así de sencillo. Es irreversible.
También, en cada uno de nosotros, Dios ha sembrado en nuestro
Bautismo la semilla de su Palabra, y el camino de salvación. Ha enviado a su
Hijo, Jesús, para señalarnos el Camino. Y regresado su Hijo con el Padre, ha
venido el Espíritu Santo, encargado de acompañarnos hasta el final. Dependerá
de ti y de mí que respondamos a su llamada de salvación.
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