El hombre nace desprovisto de orientación. Es totalmente
dependiente y ese tiempo, desde la concepción hasta el último suspiro de su
vida, necesita orientación y guía. Llega un momento que se cree suficiente y no
necesitado de orientación. Pero se equivoca y cae en el error de creerse que
consigo se basta.
Es entonces cuando comete graves errores que luego paga con
creces. La vida le pasa factura, pero lo peor no se esconde ahí sino en la
posibilidad de perder su propia vida. No la de este mundo, que tiene sus días
contados, sino a la que está llamado, la que perdura para siempre.
Por eso, la humildad
y el reconocerse necesitado es la mejor opción del hombre. Del hombre que se
precia de gustar lo mejor y de conocer su verdadero destino. Porque todo lo que
esconde este mundo es de poco valor. Es caduco y de muerte. Sólo la esperanza
de llegar al encuentro con Dios por Jesús nos devuelve a la Vida gozosa y
eterna.
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