Los creyentes nos consideramos invitados a proclamar el
Evangelio. Desde y por nuestro compromiso de Bautismo, somos templos del
Espíritu Santo y desde esa santidad estamos llamados a dar testimonio de
nuestra fe. Bien es verdad que, cada cual, según la medida de sus fuerzas, sus
talentos y también sus circunstancias.
No cabe ninguna duda que el Evangelio va dirigido a los
necesitados, pobres y pequeños. A gente que busca arreglar su vida, que padece
enfermedad, que desespera y quiere encontrar sentido a su vida. Necesitan
médico aquellos que se consideran enfermo. Y fuera de ese contexto, pocos serán
lo que estén disponible a escuchar la Palabra.
Por eso, la consigna de Jesús es clara y concisa: «Dirigíos más bien a las ovejas perdidas
de la casa de Israel.
Id proclamando que el Reino de los
Cielos está cerca. Curad enfermos, resucitad muertos, purificad leprosos,
expulsad demonios. Gratis lo recibisteis; dadlo gratis».
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