La vida, en el camino, se nos descubre y pronto nuestros
temores se hacen presentes. La idea de la muerte nos cuestiona y pronto nace en
nosotros una idea de salvación. Es verdad que es un misterio la forma de cómo
la afrontamos, porque deberíamos estar más preocupados que lo que estamos.
Quizás sea la esperanza de escapar a esa realidad que nos
amenaza. Verdad es que de no afrontarla como lo hacemos nos sería imposible
vivir. Esa esperanza late en lo más profundo de nuestro ser y nos sostiene
esperanzados, valga la redundancia. Y en eso consiste en abrir nuestros ojos,
en ver la realidad que sabemos cierta y segura.
Juan el Bautista nos
habla de esto en el desierto y nos prepara a disponernos a salvarnos. Para ello
nos prepara un camino que tendrá su principio y fin en el Señor. Jesús se nos
revela como el Camino, la Verdad y la Vida, y en Él están todas nuestras
esperanzas. Seguirle es nuestra única posibilidad. Seguirle, escucharle,
conocerle y amarle es el verdadero Tesoro que nos salva eternamente.
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