En muchas ocasiones oímos decir: yo ni mato ni robo, no hago
mal a nadie y ayudo a todo el que puedo. Por lo tanto soy buen cristiano. Sin
embargo, ser cristiano no consiste en eso, sino en
Esa es la esencia del cristiano que responde a su fe. Porque
la consecuencia de la fe es amar. La fe es la hija de la oración, y la oración
la madre de la fe. Quien cree, reza. Y quien reza obra en consecuencia en el
amor. Y quien ama actúa como el buen samaritano.
Por lo tanto, un buen
cristiano es aquel que vive lo escrito en la ley: Amar a Dios sobre todas las
cosas y se preocuparse por el prójimo necesitado de ayuda y de auxilio. No es
nada fácil, pero con y en el Espíritu Santo podemos lograrlo.
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