jueves, 22 de septiembre de 2016


Con los años y la experiencia, el hombre madura y empieza a comprender que vanidades y avaricias no son cosa perdurable. Y aunque aparentan llenarte, sólo son espejismos que con la misma fuerza que llegan y parecen darte la gloria, se retiran y te dejan hueco y vacío.

Todo es esta vida es vaciedad y finitud. Todo termina, y lo que termina no tiene mucho valor, porque una vez terminado te deja con más hambre y dependencia. Así, el hombre se cansa de tener sed y hambre de tantas cosas etéreas y volubles. Necesita buscar algo más sensato y con sentido.

Y sólo Jesús, que se presenta despojado de todo poder, de toda vanidad, de todo aquello que lo puede atar. Humilde, sencillo y vaciado de vanidad para quedar lleno de Amor, es la solución a las aspiraciones del hombre. Porque sólo en Él está la paz, el gozo y la alegría eterna.

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