Con los años y
la experiencia, el hombre madura y empieza a comprender que vanidades y
avaricias no son cosa perdurable. Y aunque aparentan llenarte, sólo son
espejismos que con la misma fuerza que llegan y parecen darte la gloria, se
retiran y te dejan hueco y vacío.
Todo es esta
vida es vaciedad y finitud. Todo termina, y lo que termina no tiene mucho
valor, porque una vez terminado te deja con más hambre y dependencia. Así, el
hombre se cansa de tener sed y hambre de tantas cosas etéreas y volubles.
Necesita buscar algo más sensato y con sentido.
Y sólo Jesús, que se presenta despojado de
todo poder, de toda vanidad, de todo aquello que lo puede atar. Humilde,
sencillo y vaciado de vanidad para quedar lleno de Amor, es la solución a las
aspiraciones del hombre. Porque sólo en Él está la paz, el gozo y la alegría
eterna.
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