Meditar el encuentro de María
e Isabel nos puede abrir nuestro corazón para ponerlo en Manos del Espíritu de
Dios, que a través de esas dos mujeres cantan las alabanzas y prodigios que
Dios hace en ellas. Porque, tanto Isabel como María hablan por boca del
Espíritu Santo.
El saludo de Isabel: Y sucedió que, en cuanto oyó
Isabel el saludo de María, saltó de gozo el niño en su seno, e Isabel quedó
llena del Espíritu Santo; y exclamando con gran voz, dijo: «Bendita tú entre
las mujeres y bendito el fruto de tu seno; y ¿de dónde a mí que la madre de mi
Señor venga a mí? Porque, apenas llegó a mis oídos la voz de tu saludo, saltó
de gozo el niño en mi seno. ¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas
que le fueron dichas de parte del Señor!». No tiene desperdicio, y en él
descubrimos la acción directa en ellas del Espíritu de Dios.
Y como contesta María es todavía, si cabe, más alentador: «Proclama mi alma la grandeza del Señor y
mi espíritu se alegra en Dios mi Salvador porque ha puesto los ojos en la
humildad de su esclava, por eso desde ahora todas las generaciones me llamarán
bienaventurada, porque ha hecho en mi favor maravillas el Poderoso, Santo es su
nombre y su misericordia alcanza de generación en generación a los que le
temen. Desplegó la fuerza de su brazo, dispersó a los que son soberbios en su
propio corazón. Derribó a los potentados de sus tronos y exaltó a los humildes.
A los hambrientos colmó de bienes y despidió a los ricos sin nada. Acogió a
Israel, su siervo, acordándose de la misericordia -como había anunciado a
nuestros padres- en favor de Abraham y de su linaje por los siglos».
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