Es de persona sensata usar el
sentido común y darnos cuenta que nuestro destino no está en este mundo, y
menos en las cosas que él nos ofrece. Nuestro verdadero destino, lleno de
sentido y sensatez, es la Vida Eterna, pues para ella hemos sido creados.
La casa del mundo será
consumida, destruida y desaparece. No parece una buena casa para vivir en ella
toda la eternidad, porque, entre otras cosas, no está hecho para eso. Es una
casa fugaz, de paso y que nos sirve para ganarnos la verdadera Casa, la del
Cielo.
Es prudente abrir nuestros
oídos y tratar de abajarnos hasta la sencilla humildad, imitando la pura
inocencia y la docilidad que transparentan los niños. El Reino de los Cielos
está preparados para aquellos que sean capaces de ser como niños: «Yo os aseguro: si no cambiáis y os hacéis como los niños,
no entraréis en el Reino de los Cielos ».
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