martes, 7 de junio de 2016



No es la Palabra de Dios un programa político, ni tampoco se trata de unas elecciones. Es algo, no sólo superior sino incomparable. Es algo de valor infinito que, por nosotros solos, no podemos alcanzar, ni siquiera imaginar. Se trata de nuestra máxima aspiración, a la que sólo llegamos por la Misericordia de Dios.

Y, porque a algo, a lo que todos aspiramos y que no podemos alcanzar ni merecer se tiene que proclamar a los cuatro vientos, no sólo con la Palabra, sino también con la vida. En ese sentido tenemos que ser sal y luz para el mundo, porque no sería justo privarlo de este Mensaje único de Salvación.

Seremos responsables los creyentes en Jesús si no proclamamos el mensaje. Pero no sólo proclamarlo, sino vivirlo, porque la salvación de muchos dependerá de unos pocos. Y de eso es de lo que se trata, de ser como la sal y la luz para contagiar al mundo de la Palabra de Dios.

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