domingo, 5 de junio de 2016



La máxima aspiración del hombre es vencer la muerte, pero se le resiste hasta el punto que se le escapa de su propia realidad. Aspira a ello, pero admite que le es imposible, porque según ha recibido la vida, también recibirá, un día, la muerte, pues no está en su mano dar la vida.

Sin embargo, hay una propuesta de Vida Eterna, que no sólo es propuesta, sino que también se hace realidad en el testimonio del enviado de Dios, Jesús de Nazaret, el Hijo de Dios Vivo. Una propuesta que se hace visible a muchos hombres, como es el caso del Evangelio de hoy con el hijo de la viuda de Naím (Lc7,11-17). 

Jesús resucita al hijo de la viuda. También lo hace con la hija de Jairo y con su amigo Lázaro, pero lo más asombroso es que tras ser condenado a muerte y morir crucificado en la cruz, el Padre, el Dios creador del Cielo y la Tierra, le Resucita para su Gloria y salvación de todos los hombres.

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