La máxima aspiración del hombre es vencer la muerte, pero se
le resiste hasta el punto que se le escapa de su propia realidad. Aspira a
ello, pero admite que le es imposible, porque según ha recibido la vida,
también recibirá, un día, la muerte, pues no está en su mano dar la vida.
Sin embargo, hay una propuesta de Vida Eterna, que no sólo
es propuesta, sino que también se hace realidad en el testimonio del enviado de
Dios, Jesús de Nazaret, el Hijo de Dios Vivo. Una propuesta que se hace visible
a muchos hombres, como es el caso del Evangelio de hoy con el hijo de la viuda
de Naím (Lc7,11-17).
Jesús resucita al
hijo de la viuda. También lo hace con la hija de Jairo y con su amigo Lázaro,
pero lo más asombroso es que tras ser condenado a muerte y morir crucificado en
la cruz, el Padre, el Dios creador del Cielo y la Tierra, le Resucita para su
Gloria y salvación de todos los hombres.
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