Posiblemente perdemos la paciencia porque también perdemos la confianza en el Espíritu Santo, que nos acompaña en la tarea de amar misericordiosamente. Quizás nos ocurre que le discutimos sus planes porque queremos sustituirlo por los nuestros, o no entendemos los suyos.
Cuando surge las dificultades, al mismo tiempo nuestra fe se debilita, pero nuestra confianza debe seguir firme y perseverante. Pues perder la confianza es pecado muy grave porque le retiramos a Dios la ocasión de perdonarnos. ¿Qué hubiese ocurrido si el hijo pródigo no confía en la misericordia del Padre? ¿Hubiese regresado?
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