La Muerte de Jesús
dejaba la esperanza de muchos de sus discípulos/as en expectación. Se intuía
que algo debería suceder. Aquellas mujeres que, llorando, se acercaban al
sepulcro buscaban una respuesta de esperanza. No entraba en sus corazones que
quien había hecho tanto bien acabara así.
Su Vida y Obra
clamaban continuidad, porque la proclamación de su Mensaje, la Buena Noticia,
necesitaba la Resurrección de Jesús para que los hombres fueran liberados y
salvados de la esclavitud del pecado. Latía dentro de cada corazón el aliento
de Vida del Espíritu.
Y, tal y como Él mismo había profetizado,
Resucitó al tercer día. Y es que quien había dado la Vida y resucitado a otros,
¿cómo no iba a tener poder para Resucitar? Su triunfo es de la Vida sobre la
muerte y con Él, todos los que creamos en su Palabra, resucitaremos también.
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