Siempre estamos predispuestos a protestar y a ponerle falta
a todo lo que hacen los demás. Sin embargo no nos comprometemos. Decir lo que
está bien o mal si nos apetece, pero colaborar no nos hace muchas gracias.
Deberíamos esforzarnos en mantener en silencio nuestra
lengua y activar más nuestras manos para actuar en correspondencia con lo que
decimos y hablamos. Dejamos mucho que desear.
Nuestra pobreza queda manifiesta para que sea la Gloria de
Dios la que se vea, porque nunca nuestras obras serán obra nuestra, sino obras
de la Gracia de Dios en el Espíritu Santo.
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