Sabían menos que lo que sabemos nosotros hoy y ahora. Ellos y ellas, las
mujeres, estaban desanimados y tristes. No esperaban que Jesús resucitara. No
le habían entendido, o quizás, a pesar de todos sus milagros y sus Palabras, no
estaban convencido de la Resurrección.
Igual no les entraba en sus cabezas. ¿No nos ocurre a nosotros hoy algo
igual? Decimos que si le hubiésemos visto todo sería distinto, pero, a pesar de
los testimonio y la Escritura no estamos convencidos del todo.
Ni estando allí con Él, o estando aquí ahora, nuestra fe es suficiente.
Necesitamos confiarnos más y abandonarnos en Él. Pero no podemos, porque la fe
es un don de Dios. Eso sí, se la pedimos sin desfallecer y esperamos
pacientemente.
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