No miramos lo
fundamental, que es el Amor, sino que nos fijamos en las normas, en los líderes,
en lo que alcanza a comprender nuestra razón o en quién nos parece más
poderoso. La palabra tiene poco peso y no confiamos en ella.
Perdemos la
noción del tiempo y nos es imposible saber el camino hasta llegar a nosotros
mismos. Pero nos obstinamos en discernir y no creer sino lo que somos capaces,
o de ver o comprender. Fuera de eso nos cuesta mucho dar un paso.
Muchas veces
Jesús tiene que hacer cosas prodigiosas contigo y conmigo, como hizo en el
Tabor con Pedro, Santiago y Juan, para que, a pesar de no entender, despertemos
nuestra fe.
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