miércoles, 4 de febrero de 2015

Sin lugar a duda, el Espíritu es el que da vida, la carne no vale para nada (Jn 6, 60). Todo lo de aquí abajo, por muy gozoso y placentero que sea no vale para nada. Entre otras cosas porque no permanece, y lo que no permanece tiene poco valor, pues termina desapareciendo.

La carne está destinada a morir. Sólo permanece la carne encarnada en el Espíritu de Dios, ese Espíritu que Jesús nos ofrece y comparte en su Cuerpo y Sangre con nosotros. Por eso, en Él nos alimentamos y en Él seremos espiritualmente eternos.

Un cuerpo glorioso compartido en el Espíritu de Dios y a su imagen y semejanza. Donde la vida es plena de gozo y eternidad en su presencia.

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