jueves, 12 de febrero de 2015



No somos culpables cuando nuestros actos no son consecuencia de nuestros pensamientos. Es decir, hacemos algo que no hemos pensado, ni tan siquiera hemos sido consciente. Sino que ha sido un movimiento reflejo e instintivo que, quizás, haya sido malo.

Nuestra responsabilidad es culpable cuando nuestros actos son consciente, pensados y ejecutados. Y eso no nos viene de afuera, sino que se cuece en el corazón. No es cuestión de lavarse bien las manos, la cabeza o el cuerpo entero.

Ni tampoco el vestido, los platos, vasos o copas. De lo que se trata es de tener un corazón limpio que viva en la verdad y la justicia y haga la paz.


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