Cuando nuestro corazón
está puesto en la recompensa, sucede que pagada esta nos cansamos y nos agota
la rutina. Porque las recompensas tienen su tiempo y, como todas las cosas,
pasan y se consumen.
Pero cuando nuestra
recompensa está apoyada en el amor de Dios, siempre nos sentimos pagados y
satisfechos. No esperamos recompensa alguna, pues predicar el Evangelio con mi
vida y palabra es la mayor recompensa que pueda recibir.
Así, nuestro cansancio
encuentra razones e impulsos para continuar el camino, porque ha hecho de tu
vida el centro y predicación de la Palabra de Dios.
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