Cuando algo nos molesta pensamos quitarlo de nuestra vida. No nos paramos a pensar si somos nosotros los que debemos cambiar, sino que partimos de que la razón está de nuestra parte o que no tenemos por qué renunciar a nada que nos gusta o interesa.
Sin embargo, sabemos por experiencia que las cosas buenas no se consiguen sin renuncias. Renuncias que nos fortalecen y no preparan para dominar nuestras apetencias y apegos que nos puedan impedir lo que pretendemos alcanzar.
La gloria del gozo pleno y la vida eterna exigirá muchas renuncias y sacrificios, porque amar es dar la vida por los otros.
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