Todo aquel que, arrepentido, se humilla en pedir perdón, tiene derecho a ser perdonado. Se supone que cuando alguien es capaz de arrepentirse, ese arrepentimiento lleva el propósito de no volver a cometer tal delito, fechoría o mala acción.
Por lo tanto, cada arrepentimiento exige el derecho a ser perdonado. La privación de libertad castiga los daños del delito, pero es un tiempo de esperanza donde se espera que el delincuente encuentre la oportunidad de buscar el perdón y reconciliarse con la persona y la sociedad a la que ha faltado.
Detrás del delito de cada persona, hay otra persona que pide la oportunidad de poder redimirse y ser perdonado. Y nosotros estamos obligados, por amor, a darles ese perdón como el Señor nos lo da a cada uno de nosotros.
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