viernes, 3 de octubre de 2014



Las alegrías de este mundo son efímeras, porque pasan y pronto ni nos acordamos de ellas. Sin embargo nos alegran y nos dan satisfacción. Pero nuestra mayor alegría es saber que nuestros nombres, como hoy nos dice Jesús, están inscritos en el cielo.

Esa es una alegría imperecedera porque el cielo es eterno y en él tendremos vida eterna. Esa es nuestra dicha y nuestra alegría y en la que debemos poner todas nuestras esperanzas, a pesar de nuestros fracasos y de no ser escuchados.

Por eso nunca debemos desanimarnos ni desfallecer. La gloria no está en las obras sino en la Gracia de Dios que nos salva por los méritos de su Hijo Jesús.

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